Nos
levantamos igual que los otros días, aunque vamos un poco más
ágiles de lo normal. Vicente, el hijo de Carlos y Cecilia, se ha
dormido y Carlos se ofrece a llevarnos al metro de camino a la
escuela de su hijo. Finalmente, nos lleva a la estación de buses él
mismo, sin necesidad de coger el metro. Realmente, esta familia es un
regalo y de desviven por tratarte bien...
Una
vez en la estación, comparamos un par de compañías y compramos el
billete. El trayecto dura entre 1´5 y 2 horas, en función del
tráfico. Vamos en un autobús de dos pisos, nos toca el sitio de
arriba y los asientos son anchos y cómodos. El paisaje hasta
Valparaíso es decepcionante. Finalmente, llegamos en 1hora 45
minutos y una vez en la estación de bus, seguimos las indicaciones
que nos ha dado nuestro nuevo anfitrión. Sabemos que Valparaíso es
una ciudad de cerros (montañas). Lo que no esperamos es que sea tan
grande, con tantas cuestas y tan empinada... Para llegar a la casa,
debemos subir un montón de escaleras y con la mochila, no se nos
hace fácil.... Finalmente, conseguimos llegar arriba del cerro y
plantarnos a la puerta de la casa una hora antes de lo que habíamos
acordado, así que no hay nadie para recibirnos. Me quedo enfrente de
la casa con las mochilas mientras la BM va a pedir WIFI a un hotel
cercano, para poder comunicarnos con Andrés (el propietario) y
avisarle que hemos llegado. Mientras ella está fuera, llega una
mujer a la casa y cuando la BM llega, llamamos al timbre. La mujer se
sorprende de vernos llegar y nos informa que la habitación no está
preparada, pero que podemos esperar dentro de la casa. A primera
vista, la casa no es como esperábamos, se ve muy vieja. Al cabo de
un rato, Mae nos avisa que ya podemos ir a nuestra habitación, la
cual es simple pero con una ventana con vistas la pacífico. La
puerta se cierra con un candado (suerte que siempre llevamos uno
propio con combinación) y la ventana no cierra del todo. Dudamos
entre quedarnos o irnos, pero finalmente decidimos quedarnos, dejar
las mochilas y salir a explorar. Bajamos el cerro por la carretera y
conocemos algunos locales que están charlando en las escaleras.
Seguimos bajando hasta llegar a la zona “llana”. Andamos por sus
kilométricas avenidas hacia un lado y hacia el otro. Desde la parte
llana, las vistas a los cerros son impresionantes y coloridas. Vemos
un mercado y allí me lanzo con mi cámara. La gente me advierte en
diversas ocasiones y me dicen que es mejor esconderla.... eso me
impide hacer fotos, ya que tras el aviso de varias personas,
decidimos hacer caso a los consejos. La sorpresa más agradable la
tenemos al llegar al mar. Quedamos anonadados al encontrarnos un
pilote de cemento lleno de leones marinos que se gruñen, se pelean,
se tiran al agua unos a los otros, luchan por subir de nuevo, siguen
con sus riñas.. y todo eso delante de nuestras narices! Cuando nos
cansamos del espectáculo, continuamos caminando por el paseo
marítimo y vemos unos enormes pelícanos sobre unas rocas...
fascinante! Finalmente, llegamos a una playa, y con nuestra suerte no
llevamos los bañadores, pero si las botas y ropa de abrigo y con el
sol en su máxima expresión se nos hace irresistible no descalzarnos
y mojarnos los pies, el mar esta helado pero vale la pena, nos ayuda
a bajar la temperatura.
Tras
pasar un buen rato en la playa decidimos volver a nuestra nueva casa
que por cierto esta a unos 200m de la casa de Pablo Neruda. De camino
paramos en el supermercado a comprar comida para la cena y el
desayuno.
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